Mads Mikkelsen logra que te olvides de Anthony Hopkins con su magistral versión de Hannibal Lecter antes de El silencio de los corderos. Una serie atrevida, excesiva e hipnótica en la que el canibalismo y la tortura física y psicológica pueden igualar en belleza al amor más puro
Si no la has visto a estas alturas, te has perdido uno de los fenómenos televisivos de la década. El arranque de la primera temporada te mete el miedo (al zombie) en el cuerpo y durante muchas horas más funciona como angustioso experimento de psicología social e individual. Luego hay tantísimos capítulos que, sobre todo en las últimas entregas, resulta imposible pensar que llevas muchas horas esperando a que pase algo que ya no sabes si te va a importar.
Ha tenido un importante éxito entre el público joven, como una versión chunga de La sirenita con efectos especiales tirando a decentes. Pero la historia (una sirena asesina que sale a la superficie en busca de su hermana) tiende más al de un capítulo de relleno de Embrujadas que a una producción de empaque.
Primero, lo evidente: la serie ni se acerca a la película original. Si dejamos eso a un lado, esta versión actualizada de un cura que se enfrenta a una posesión demoniaca está bien armada a través de una secta chunga y una crisis de fe que, si llegas a la segunda temporada, se convierte en una potente crítica a la Iglesia.
Destacamos la primera temporada de American Horror Story porque nos fascina el nivel de desconcierto que provoca en el espectador el mix entre lo maligno-sobrenatural y el retorcimiento psicológico de los personajes. Ya puestos, te describimos con dos palabras el resto de entregas:
Esta historia de vampiros asesinos chupa la sangre de historias de terror de aquí y de allá (The Walking Dead, Resident Evil, Lovecraft) y monta una trama con el sello lejano de Guillermo del Toro y serias dificultades para mantener el interés y el sentido. Solo para devotos vampíricos con tiempo libre.
Cada una de las tres temporadas, de seis capítulos cada una, cuenta una historia diferente: la primera aborda la obsesión de un hombre con un grimoso programa de televisión infantil; la segunda es un clásico de un grupo de amigos que se encierran en una casa encantada; y la tercera se centra en la aventura de dos hermanas que se adentran en una extraña realidad a través de una escalera. Irregular en el tono y en la ejecución.
Olvídate del gato parlanchín que hacía chistes sobre Tamara (la buena, no la de los boleros). La nueva versión capta el tono entre ochentero y cool de Riverdale y atrapa con una ambientación muy lograda y un elenco de demonios que no abusan de los efectos digitales. Sobre la trama, funciona el conjuro feminista y la apertura a la diversidad de género de varios personajes, y también los homenajes a clásicos del género como El exorcista, Posesión infernal o Pesadilla en Elm Street. Excepto por el minino Salem, que molaba más en clave de comedia –al parecer la joven protagonista, Kiernan Shipka, es alérgica y por eso no hay demasiadas escenas juntos– compramos la serie por su empaque y fuerza estética.
Es lo que es y no lo esconde: al estilo Scream, un asesino anda suelto y se dedica a matar de formas variadas y muy explícitas a casi todos los personajes, sin ningún amago de darle profundidad o matices al asunto.
Aunque muchos se resistan a aceptarlo, La niebla es una de las peores películas de terror que puedes ver… Pues la serie es más mala todavía. Te vale si quieres apagar el cerebro ante esta niebla cargada de monstruitos que deja a un puñado de gente random encerrada en el súper.